2018 ENE 24 Regreso a Haití ocho años después del terremoto
24 enero, 2018
Regreso a Haití ocho años después del terremoto
Pilar Estébanez
La
primera impresión que uno recibe cuando llega a Haití, y que se repite cada vez
que vuelves, es que has llegado a un trocito de África aunque estés en el
Caribe. Según atraviesas la frontera de la República Dominicana todo cambia y
te encuentras en un país de una pobreza impresionante y con el mayor deterioro
social y medioambiental que he visto.
Hace
un mes volví a visitar el país por motivos familiares, y pude comprobar nada
más llegar , cómo continúa la pobreza azotando a la población, el 95% de origen
africano y muchos de ellos descendientes de esclavos
Desde su independencia en 1804 Haití ha sido un país
muy castigado. Con orgullo repiten que fue el primer país donde se abolió la
esclavitud en 1867, un hito histórico de dignidad y cuya consecución costó la
vida de la tercera parte de la población y la devastación del país. También
supuso la ruina económica, por la deuda que se adquirió con Francia (avalada
por la comunidad internacional) y que hipotecó su desarrollo como país y le
impidió su desarrollo.
Haití, conocido por sus revueltas desde su
independencia, golpes de Estado apoyados por otros países y a veces invadido,
ha sufrido también la crueldad de la naturaleza: tormentas, huracanes y
terremotos.
Precisamente se cumple ahora el octavo aniversario
del terremoto que, en enero de 2010, devastó completamente la capital y otras
ciudades, mató a más de 300.000 personas y dejó a otros tres millones de
haitianos sin hogar. Aquel desastre supuso una enorme oleada de solidaridad de
todo el mundo.
Tras
el terremoto, tuve la oportunidad de visitar Haití para realizar un vídeo sobre
la reconstrucción del Sistema de Salud, lo que me permitió conocer la situación
del país tras el seísmo y las estrategias planteadas para la reconstrucción. Este
nuevo viaje me ha permitido reflexionar sobre las mejoras tras la respuesta
internacional y las barreras que existen y que impiden su desarrollo.
Vertederos descontrolados en Puerto Príncipe
Haití tiene una
población de 10.911.819 habitantes, el 35% de ella viviendo en la zona
metropolitana de Puerto Príncipe, la capital. En cuanto salimos del aeropuerto
podemos ver una ciudad construida sin ningún plan, desordenada, sin aceras, con
las mercancías de los vendedores ambulantes extendidas sobre el asfalto y junto
a vertederos en que se han convertido los arroyos y los ríos, montones de
escombros, aguas sucias por la falta de sistemas de saneamiento e higiene,
hedor y suciedad, causa de epidemias y enfermedades. Es un problema muy
difícil de resolver ya la gente “vive en la calle”, vendiendo lo que pueden
para subsistir. No hay plantas de tratamientos de basura ni sistemas de
recogida y los restos de plásticos y envases se acumulan en montañas que hacen
difícil la habitabilidad.
Y aquí encontramos uno de los grandes contrastes de
Haití. Entre esas montañas de desperdicios florecen las buganvillas y los
flamboyanes, llenando de color las desordenadas, sucias y bacheadas calles.
Haití, por culpa de una historia de dictaduras,
corrupción e inestabilidad política, es un país sin ninguna perspectiva
económica. Esto se traslada a la forma que la población tiene de entender la
vida. La mayoría, el 90 por ciento, vive de la economía informal, de la venta
de productos en las calles o mercados. El país carece de tejido industrial y de
recursos, por lo que no se han podido aplicar programas sociales, ni
desarrollar una economía sostenible y resiliente ante las crisis provocadas por
los desastres naturales.
Haití importa el triple de lo que exporta, por lo
que la mayor parte de sus recursos proceden de las remesas que envía la
diáspora haitiana (2.100 millones de dólares en 2015). Los ingresos procedentes
del petróleo (Petrocaribe) se redujeron a la mitad entre 2014 y 2015 por culpa
de la caída de los precios del crudo y la ayuda externa se redujo en un 75 por
ciento entre 2010 (1.800 millones de dólares) y 2015 (448 millones de dólares).
En 2015 la sequía afectó considerablemente al sector agropecuario, que genera
la quinta parte del PIB, y el país no cumple con los requisitos para atraer
inversiones locales o extranjeras, lo que ayudaría al crecimiento económico.
Todos estos datos,
fríos, contienen una terrible realidad, que nos lleva a preguntarnos por el
futuro de este pueblo. La ayuda internacional, que era vital, ha disminuido
drásticamente por la fatiga del donante y la marcha de muchas ONG. Ante estos
datos el futuro de los haitianos es desesperanzador, y precisamente por eso no
debemos abandonar a este pueblo, un pueblo que no ha sido responsable de su
convulsa historia, ni tampoco de su devastación o del abuso de sus dictadores,
algunos de ellos crueles hasta la locura.
Escolar estudiando bajo la luz de una farola
Es un pueblo cuyos niños, a pesar de la falta de luz
en sus barrios, buscan la luz de las farolas para poder estudiar por las
noches. Sin embargo hay algunos datos para el optimismo: la esperanza de vida
al nacer se prevé que sea de 64,2 años para el período 2015-2020), una de las
más bajas del mundo, pero aún así mejor que la esperanza calculada para el
período 2010-2015. También ha disminuido la tasa de fecundidad (de 4 niños por
mujer a 3,5 en 2012) y la población es joven: el 50 por ciento tiene menos de
25 años y sólo el 4,5 por ciento tiene más de 65 años. También ha disminuido la
proporción de personas dependientes en casi 11 puntos (del 75 por ciento al 62
por ciento entre 2014 y 2017.
También
ha mejorado la situación de las personas que perdieron sus hogares en el
terremoto: casi el 80 por ciento ha sido realojada en viviendas, lo que ha
hecho que desaparezcan las tiendas de campaña de parques y plazas, aunque
todavía 60.000 personas viven en campos de desplazados. La pobreza extrema, que
afectaba al 31 por ciento de la población entre 2002 y 2012 se ha reducido
hasta el 25 por ciento.
Estas son mejoras, ciertamente, pero no hay que
olvidar que a pesar de los 2.000 millones de dólares inyectados por la
cooperación internacional desde 2010, los principales indicadores no han
mejorado. Haití ocupa el puesto 161 de los 180 países en el Índice de
Desarrollo Humano (IDH).
En cuanto a la salud, ésta fue una de las
prioridades del gobierno tras el terremoto. El objetivo era un aumento del
acceso a los servicios mínimos de salud de la población. A pesar de ser una de
las prioridades, aún no se han llegado a la cobertura de un paquete mínimo de
servicios básicos para acceder al servicio de salud al 80 por ciento de la
población, como era el objetivo.
La tasa de mortalidad infantil aunque haya mejorado
sigue siendo escandalosa: hace cinco años morían 70 por cada 1.000 nacidos
vivos (frente al 21,3 en República Dominicana). Se ha mejorado hasta una tasa
de 49. Sucede igual con las muertes
maternas: hace cinco años morían 350 mujeres por cada 100.000 nacidos vivos,
actualmente 180 . Y la esperanza de vida, como hemos señalado, sigue siendo muy
baja. Tampoco hay datos sobre otras lacras, como violaciones o abusos infantiles.
Igual pasa con el dato de pobreza extrema: ya hemos dicho que ha disminuido,
pero ésta sigue afectando a la cuarta parte del país, más de 2,5 millones de
personas, que no pueden cubrir sus necesidades básicas.
Hay
que tener en cuenta que otros factores
determinan la realidad. Además del
terremoto que devastó ciudades y extensiones de agricultura, Haití es el tercer
país más afectado del mundo en términos de eventos climáticos. Al estar en la zona de paso de huracanes del
Atlántico norte, a lo que se suma su ubicación sobre el límite donde chocan las
placas tectónicas caribeña y norteamericana, los riesgos a los desastres son
constantes.
Los trabajadores
agrícolas conocen bien las consecuencias de estos fenómenos: tras cada tormenta
tropical se pierde un promedio del 50 por ciento de las cosechas.
Trabajo infantil
A pesar de las quejas de los donantes y la sensación
permanente de que “no se notan” los 2.000 millones de euros inyectados por la
cooperación internacional, la pobreza extrema se ha reducido de 31% a 24% entre
2002 y 2012, aunque sigue habiendo 2,5 millones de personas (una cuarta
parte de la población) que no pueden cubrir sus necesidades básicas.
Actualmente seis millones de personas viven
bajo el umbral de la pobreza (2 dólares por persona al día). De eso no escapa
ni los que tienen trabajo, ya que el 45 por ciento de los trabajadores ganan
menos de 1,25 dólares al día. Según el Banco Mundial el PIB per cápita era de
820 dólares en 2014, que está disminuyendo por el aumento de la población en un
2 por ciento anual y un crecimiento inferior.
También es llamativo que la cuarta parte de los
niños de entre 5 y 17 años no vivan con sus padres. O viven con otro familiar
(la mayoría) o viven con otras personas. Una de las causas es el trabajo
infantil: 286.000 niños de 5 a 14 años de edad son trabajadores domésticos
infantiles, y muy vulnerables a la explotación y los abusos.
Un nuevo problema al que se enfrenta el país es la
deportación de haitianos que trabajaban en la República Dominicana, debido a
una ley de regulación de ciudadanos extranjeros, que se elaboró precisamente
para deportar haitianos. Desde 2015 han sido expulsados más de 160.000
personas, y otras muchas se han marchado debido a presiones y amenazas. Según
algunas organizaciones, muchas de las expulsiones no han cumplido las leyes
internacionales.
Dignidad
Lo que más llama la atención ante esta situación es
la dignidad de su población y el orgullo de su tierra y su cultura. El
protagonista de la novela Gobernadores del rocío, de Jacques Roumain afirma:
“este país es el lote de los negros y cada vez que han tratado de quitárnoslo
hemos extirpado esta injusticia a machetazos”.
Uno de los graves problemas de Haití es el acceso a
la educación: a pesar del esfuerzo para garantizar el acceso a la
educación, cada año, más de 200.000 niñas y niños se quedan fuera de la
escuela. Cuatro de cada cinco escuelas son privadas y la matrícula anual
promedio de la Primaria cuesta 130 dólares. Es una cantidad inasumible por muchas
familias.
Los que pueden ir a la escuela lo hacen con una
dignidad encomiable: se levantan muy temprano e impecablemente vestidos caminan durante
kilómetros, las niñas con sus cabellos peinados con cintas de colores. Cuando
regresan a casa muchos se ven obligados a estudiar bajo la luz de una farola,
en la calle, porque no tienen electricidad en casa. Es la esperanza de este
pueblo: su orgullo y dignidad aún en las situaciones más trágicas.
La ayuda ha disminuido drásticamente por la fatiga
del donante y la marcha de muchas ONG, pero no debemos abandonar a este país,
un pueblo que no ha sido responsable de su convulsa historia, ni tampoco de su
devastación, ni de sus dictadores, en ocasiones enloquecidos y salvajes, pero
que a pesar de todo, sin luz ni agua en sus barrios, sus niños buscan la luz de
las farolas para poder estudiar.
“¡No olvidéis a Haití!”.
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